Germán Sánchez: el hombre que no quiso figurar. Un hombre
imprescindible que no quiso nunca ser importante.
Nos ha dejado Germán Sánchez, gallego, de 67 años de edad, un caso
excepcional de hombre universal. No era ni de la vieja escuela, ni de
la modernidad, era a la vez clásico y sin embargo era de hoy, de
todos nosotros, pero también del ayer.
Periodista que no daba nunca importancia a su tremenda labor,
investigador a quién nunca le importó firmar una exclusiva, que
rehuyó destacar, pero que no pudo evitar el reconocimiento de los
demás. Sus más importantes trabajos los cedió con una generosidad
sorprendente a otros, fue premio Ondas y nunca le dio especial
importancia. Era un hombre cuya principal virtud fue siempre la ser
un hombre bueno, con un desconcertante buen humor y una inteligente
ironía. Nunca salió de su boca maledicencia alguna contra nadie,
sabia conversar hasta sorprender a sus interlocutores con el paso de
las horas, sabía acabar una tertulia sin dejar pena por el final
pero dejando un enorme deseo de seguir charlando con él horas y más
horas todavía.
Trabajaba hablando, preguntando, tomando notas, grabando, leyendo,
como si eso que a él le resultaba natural pudiera parecer
intrascendente, pero sabía preguntar las claves reales y profundas
de las cosas que estudiaba sin darles especial importancia. Nunca
pedía nada a nadie, nunca importunaba para tener el dato preciso que
su interlocutor conocía, pero misteriosamente todos sus
interlocutores acababan contándole aquello que él buscaba con la
mayor confianza y seguros del buen fin que él daría a esa
importante información. Era un mago a la hora de dar confianza y de
saber ser cómplice del entrevistado. Sus comentarios cáusticos con
frecuencia no resultaban malintencionados sino de un humor contagioso
y amable, sorprendentemente era así siempre con él.
Hizo grandes cosas y nunca les dio más importancia que la que le
proporcionaba el haber resuelto un enigma histórico, o haber
contribuido a difundir la verdad de sucesos extraordinarios. Era uno
de los mayores conocedores en España de la historia de los servicios
secretos soviéticos en el siglo XX, uno de los mejores conocedores
de los aspectos más recónditos de la historia del Partido Comunista
de España, una de las personas que mejor conocía algunas claves de
la intrahistoria de la República, la guerra civil, la resistencia y
la transición, pero nunca hizo gala de su inmenso saber.
Tenía la enorme habilidad de usar ese enorme bagaje de conocimientos
para trabajar, no para lucir nunca pavoneos estériles. Puso en orden
la verdadera historia del asesinato de León Trotski y le cedió el
protagonismo a otro, supo todos los detalles del asesinato de Andreu
Nin y no lo publicó por dejar el protagonismo a quien él apreciaba
y quería dejar el primer lugar, hizo la única entrevista en veinte
años al mítico general Giap en Hanoi en los años 90 poco antes de
su fallecimiento que le recibió cariñosamente en memoria de la
heroica lucha del pueblo español contra el fascismo, y publicó un
sencillo artículo en el medio para el que entonces colaboraba en
España en vez de vendérsela a Le Monde o a otro gran medio
internacional, conoció y trató largamente a algunos de los más
importantes dirigentes revolucionarios del siglo XX y utilizó tales
informaciones para simplemente seguir trabajando en desvelar verdades
históricas justas, ecuánimes, inteligentes.
Y así publicó en reportajes radiofónicos de excepcional categoría
la historia de cientos de personajes, hechos, historias de nuestro
siglo XX, sobre todo español, sólo por trabajar y decir la verdad
histórica. Nunca combatió con agresividad, sabiendo tantas cosas
oscuras de tanta gente como él sabía jamás salió de su boca un
chisme, una referencia maliciosa, su trabajo era ante todo serio,
medido, ajustado a esa verdad histórica que permanecía oculta por
la barbarie de las dictaduras, se limitó a poner en antena una y
otra vez la voz de grandes personajes que el franquismo había
procurado metódicamente asesinar moral y hasta físicamente. Su voz
volvía a su tierra, a sus paisanos, gracias a su enorme generosidad
y a su incansable trabajo de buscador, de cazador de testimonio y
claves.
Pero por encima de toda su labor como periodista de una verdad
histórica segura, cierta, precisa y además sin acritud alguna,
queda la memoria de su extraordinario sentido del humor, su risa
sincera, abierta, su espontánea carcajada tratando los temas más
triviales o más serios, deba igual, su sentido de la vida se imponía
a la trascendencia de los hechos de los que pudiera tratar la
conversación, era él la vida misma, la curiosidad, la inteligencia,
la viveza del oteador que sólo dispara cuando la pieza puede ser
abatida con certeza, y su pieza era sola y exclusivamente la verdad
histórica, y siempre acertó en su seguro disparo. Y lo mejor es que
ese enorme trabajo nunca pasó por encima de su pasión por la
amistad, por la conversación, por la vida real y cotidiana. Era ante
todo el amigo de sus amigos, el contertulio de sus colegas, el vital
animador de todos quienes le conocimos y pudimos disfrutar de su
amistad.
Y sin embargo nunca dejó su militancia ideológica, su respeto y
afecto por quienes compartieron con él y con todos nosotros la
dureza de la represión, la violencia de la Dictadura. En los peores
momentos fue el joven forjado en la clandestinidad por aquel
dirigente comunista de amplios horizontes que fue Santiago Álvarez,
y hasta su muerte le mostró el mismo cariño y respeto, y aunque él
ya no fuera aquel antiguo militante clandestino siempre le recibió
con un abrazo profundo y entusiasta, y sin embargo eso no le impidió
seguir su camino libre y abierto cerca siempre del viejo P.C., pero a
su aire, con sus ideas, su criterio, su singular y humanística
visión del mundo.
Nos falta hoy porque ya no quedaban casi gentes como él, primero
humanista, luego consecuente, además sin precio para venderse por
nada en el mundo, y por último alegre, vivo, brillante. No piense el
lector que exagero si digo que con él falta uno de los últimos
herederos de la memoria humanista de la izquierda europea. Ante todo
un hombre bueno, sencillo, respetuoso con las buenas costumbres, como
demuestra el curioso hecho de que luciera siempre una cabellera
destartalada, despeinada, crecida, rebelde, pero cuando viajaba a su
Galicia natal a ver a su madre aparecía pasmosamente pulcramente
trasquilado tras un enérgico paso por la peluquería.
Fue, en suma, uno de los últimos testigos de nuestra historia
reciente, de nuestra izquierda viva, que siempre primó la verdad a
cualquier interés partidario o a cualquier conveniencia. Supo
armonizar la verdad histórica con un enorme respeto a todos. Como
digo, jamás le oímos hablar mal de nadie pero supo mucho de muchos
de los que otros habrían hecho leña para un fuego cainita. Ese fue
su proceder, siempre generoso, noble y sencillo.
La prueba de que siempre fue un hombre bueno es que –cosa
excepcional en este mundo- nunca dejaba de decir lo que quería decir
y sin embargo no tenía enemigos personales. Un hombre
imprescindible que no quiso nunca ser importante.
Ayudó a muchos a darles la vida que la dureza del siglo XX les había
intentado arrebatar, así hizo con las hermanas Adelina y Paulina
Abramson, con Juan Cobo y Ludmila Sinienskaia, con los viejos amigos
de la tertulia de El Museo Universal en Madrid, Maola, con quien
firma estas líneas, con Santiago Álvarez, con tantos otros, y sobre
todo con su compañera Alina, con Luis, en un cuarto de siglo de
animosa convivencia.
Juan Barceló
Vocal de la Junta Directiva de AGE