Ha fallecido en Alcossebre (Castellón) el periodista e
intelectual, niño de la guerra español evacuado a Rusia, Juan Cobo.
Juan Cobo nació en 1933 en Teruel donde estaba destinado
su padre, funcionario de policía de la República. Tras la derrota, la familia
hubo de exiliarse. Vivió en Rusia la mayor parte de su vida. Como con tantos
otros niños de la guerra criados en Rusia, España perdió con él un enorme
intelectual, un gran periodista, un muy inteligente analista.
Sin embargo no lo perdió realmente. En su nueva patria
estudió, peleó, trabajó, destacó en muchos campos del pensamiento y el
periodismo, y allí todos sabían que era uno de aquellos españoles llegados de
niños y que ya no pudieron regresar hasta muchos años después.
Aquí sin embargo nunca fue reconocido. Incluso cuando por
primera vez quiso visitar su país de origen le negaron la entrada, y cuando al
fin tras la Dictadura pudo entrar con pasaporte ruso, le negaron repetidamente
el pasaporte español al que tenía derecho por ley.
En la URSS trabajó en fábricas como obrero y vivió en
condiciones muy duras tras la segunda guerra mundial. Posteriormente pasó a
estudiar en la universidad a la vez que seguía en la fábrica hasta licenciarse
y comenzar su carrera profesional en la radio, a lo largo de los años colaboró
y participó en la dirección de las más prestigiosas revistas de literatura, política
y cultura, y acabó siendo responsable editorial de algunos de los más
importantes núcleos de edición rusos.
Desde esas posiciones fue el primer editor de muchos de
los grandes críticos del sistema soviético, entre ellos de Sajarov, fue el
introductor en Rusia de los más destacados escritores e intelectuales españoles
de la oposición al franquismo, como Juan Goytisolo de cuya amistad gozaron
ambos tantos años.
Al llegar los tiempos de cambio, de la transparencia, y la
apertura en la URSS, fue uno de los más firmes defensores de aquella vía y
publicó el más importante análisis de la época sobre la situación bajo el título
“El único camino”, nunca traducido al español, e irónica burla del título con
el que Dolores Ibarruri y la dirección del PCE habían publicado en los años
cincuenta su ortodoxa historia de la España contemporánea. No en vano en su
larga labor de crítico desmitificador y un tanto sacrílego, ya viviendo en España,
publicó un durísimo artículo sobre el papel de Dolores Ibarruri en la vida de
los emigrados españoles en la Rusia Soviética que le valió las más acerbas críticas
de un mundo aún excesivamente ortodoxo.
Tras los cambios de fin de siglo se radicó definitivamente
en España adonde había regresado ya años antes su anciana madre. Decía que
comenzaban nuevos tiempos que ya no le correspondían y prefirió su vida
retirada en su España natal donde siguió trabajando como corresponsal de las más
importantes agencias de prensa rusas, fundamentalmente Novosti.
Sus rigurosos análisis de la realidad española publicados
durante años en la prensa rusa sirvieron muchas veces de guía de trabajo para
los dirigentes de la nueva Rusia, cuya amistad siguió cultivando hasta el último
momento. Su casa en un apartado pueblo de la costa de Castellón era punto de reunión continuo
de numerosos intelectuales y políticos rusos, cuya amistad se mantuvo unida al
más profundo respeto a sus criterios y posicionamientos.
Nunca dejó de cultivar la amistad de otros niños de la
guerra españoles de los que muchos habían llegado a destacar notablemente en la
vida intelectual y artística soviética. Fue un firme colaborador y socio de la
Asociación Archivo Guerra y Exilio, AGE, a la que aportaba continuamente
criterios y rigurosidad.
Siempre mantuvo una gran amistad con la más destacada
intelectualidad latina, entre ellos García Márquez, Marsé, Vázquez Montalbán, Brice
Echenique, y tantos otros cuyos libros tenían habitualmente como traductora a
su compañera, Ludmila Sinianskaia, una de las más reconocidas traductoras
literarias a la lengua rusa, y cuyas ediciones en Rusia alcanzaban centenares
de miles de ejemplares.
Todo esto constituye un gran acervo de cualidades
profesionales, intelectuales y sociales de este gran periodista, pero no son
nada separadas de sus grandes cualidades humanas: Era un hombre rebelde, de
criterio, nunca aceptaba que le impusieran lo que él no había querido escribir,
pero nunca dejó de hablar, discutir, comentar todas las ideas que no compartían
sus interlocutores. Siempre irónico, siempre con inteligencia y sentido más
humanístico que simplemente político. Era un hombre profundamente honrado, un
enorme trabajador, un agudo pensador, un hombre amplio de mundo, viajero,
estudioso, y español, ruso y sobre todo universal.
Juan
Barceló, miembro de la Junta Directiva de AGE
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