Nina Gálkina, casada con un niño de la guerra, Emilio Gómez, fallecida en A
Coruña el 4 de febrero de 2014.
Él había llegado a Moscú con seis
años, en 1937, en pantalones cortos, vomitando por la borda de un carguero desde
Gijón a Londres, y luego en el buque Kooperatsia hasta Leningrado, tiritando y asustado,
con sus cuatro hermanos y otros mil cien niños y niñas apartados de sus
familias por la guerra.
Ella le esperaba creciendo feliz, guapa
y sana en la dacha campesina de Voscresenk, a orillas del río Moskva, en cuyas orillas
espejean los abedules, y su boca de fruta soñaba con el país de las naranjas,
sin saberlo.
Emilio creció en la Casa nº 1 de Pravda, estudió con provecho,
aprendió ruso, viajó a Crimea, Saratov, Ucrania, y se hizo un joven apuesto e
industrioso.
También Nina creció, dejó la ribera
de abedules, bajo cuyas raíces yacen los patriarcas, y en Moscú un día supo que
las manzanas de oro que había soñado existían de verdad, pero venían desde muy
lejos, y eran caras y escasas.
Como el destino ya había hecho sus
planes, las coordenadas vitales del nieto de emigrantes ferrolanos y la hija de
campesinos rusos se cruzaron una tarde de 1950 en la intersección latitud 55°
45′
N, longitud, 37°37′ E, en el punto exacto donde la primera mirada sabe que es
para siempre.
Dos años después, Emilio y Nina se
casaron y su banquete de boda fue un bocadillo, sentados en un parque de
abedules. Bajo la lluvia, ella le confió que le gustaban las naranjas, él le
prometió que tendría naranjas y cariño toda su vida, y cumplió su promesa hasta
el final. Sus ojos decían la verdad: el galán de bigotito y la chica de largas
trenzas han compartido 64 años, hasta el último aliento.
El 4 de febrero Nina regresó a la tierra;
galán enamorado a su cabecera hasta el último minuto, Emilio. Ella se había
despedido de sus hijos y nietos, entre ellos, mi amigo ruso-berciano, André,
para quien hoy escribo. Se fue al lugar escogido, “¿qué te parece, Emilio, esta
sombra de abedules para siempre?”. Al ir poniendo a su alrededor ramos de flores,
como era su gusto, un avión sobrevoló respetuoso el cementerio de Liáns: me
pareció que a bordo la mirada de Nina regresaba a Voscresenk, al punto exacto
latitud Emilio Gómez, longitud Nina Galkina, donde el amor es certeza.
Valentín
Carrera
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Emilio:
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