Hoy tenemos un hombre bueno menos luchando por la vida. Nacerán otros y siempre habrá muchos de quienes podamos decir que son buenos, pero cada uno que falta es un golpe irrecuperable para toda la sociedad, para el pueblo, y sobre todo para todos los que le hayan conocido.
Nació el 10 de abril de 1941 en Baeza, en
aquel mundo burdo y oscuro del Frente de Juventudes, del franquismo
triunfante, de curas y falangistas, salió joven de su Jaén natal. Nunca
pudo parecer uno de ellos, nunca fue el suyo aquel mundo, por más que
fuera un mundo único, obligado para todos los niños y los jóvenes de
este malhadado y triste país en los años 40 y 50 del pasado siglo.
Fernando estudió bachiller en Santa Cruz de Mudela, después Magisterio y Filosofia y Letras en la Complutense. Fue
de profesión nada menos que funcionario. Esto quiere decir que él creía
en que ser funcionario, servir en la administración, era un importante
oficio, era servir a la sociedad, servir a todos los ciudadanos para
resolver problemas, organizar la mejor vida posible para aquel sector
sobre el que debía trabajar en cada momento. Así, nunca creyó que el
alto funcionario, como fue él durante media vida, era quien daba órdenes
y hacía cumplir obligaciones a sus subordinados, sino quien para
decidir, para organizar el trabajo, había de ponerse en la primera
línea, junto a los vecinos a los que había que resolver tal o cual
problema, junto a lo más difícil, nunca a lo más fácil.
Cuando
trabajó al comenzar el actual sistema democrático dirigiendo los
asuntos de juventud, bajaba a los barrios, se juntaba y hablaba con los
vecinos en los lugares donde empezaba a circular la droga criminal.
Entre gitanos jóvenes, entre expresos, entre gente sencilla que
pretendía empezar a vivir en libertad y no sabían cómo.
Cuando le
pusieron al frente de una de las más importantes Confederaciones
Hidrográficas no dudaba en medio de desastres, inundaciones
catastróficas, pasar día y noche a pie de obra en donde el agua se había
desbordado arrasando casas y pueblos enteros. Y cuando le marginaron,
cuando le condenaron al ostracismo colocándole en un oscuro despacho en
un apartado sótano durante años sin ninguna actividad en que pudiera dar
vida a algo, resolver algún problema, pasó esos años dignamente sin
pedir nada, ni dejarse humillar. Y a eso le condenaron gobiernos de unos
y de otros. Probablemente sus jefes y los ministros pensaban que no era
un hombre con un pensamiento de izquierdas sino que era un rojo
peligroso. Cierto, cumplidor, cierto, siempre dentro de la ley, pero de
ideas tan indomables que era evidente que allá donde se le pusiera sería
un peligro para los de arriba.
Aún así no podían
prescindir de su servicio, de su trabajo, y así fue dando de tumbo en
tumba, que decía León Felipe, de un Ministerio a otro, hasta acabar en
altas responsabilidades ecológicas, pasando también por aquel primer
Ministerio de Igualdad de los años de principio de siglo, pero
cuidándose mucho sus jefes de encargarle cuestiones que no le
permitieran cambiar demasiado las cosas, dándole altas
responsabilidades, pero como un imprescindible técnico de la
organización funcionarial, donde resolviera muchos problemas pero no
pudiera resultar demasiado peligroso.
Ya retirado
se incorporó a donde él sabía que estaba el verdadero enemigo. Se
incorporó a la lucha activa por la laicidad y la superación del omnímodo
poder de la Iglesia Católica, desde donde colaboró en difundir todo
nuestro común acervo republicano, laico, cívico, ese que durante
doscientos años ha sido la antorcha que pretendía ponerse al frente de
una sociedad cargada de dignidad, de respeto y tolerancia.
Era
el más digno representante de esa izquierda radical, profundamente
social, profundamente cívica, profundamente respetuosa, y por eso
precisamente, profundamente insobornable. Era un extraordinario servidor
público, y desde el servicio público un hombre íntegramente de
izquierdas, profundamente radical y profundamente tolerante. Una difícil
combinación de la que todos deberíamos aprender.
Juan Barceló
Miembro de la Junta Directiva de AGE (Archivo Guerra y Exilio)
Comparto la pena y la admiración.
ResponderEliminarHermano, es de justicia decir al mundo quién eras y siempre estarás en el corazón de cuántos te han tenido. Con todo mi amor para tí.
ResponderEliminarSoy su mujer, la que le amó y conoció durante más de 60 años. No me parece que el que escribe conociera a mi marido Fernando. Hay frases que no corresponden ni con su pensamiento, ni con su actuación. ¿Izquierda radical?, pues no. Y falta la parte más maravillosa de su persona que fue la devoción por su familia. Cuando se jubiló dedicó su vida a su gran pasión, que fueron sus nietos. Y en absoluto se dedicó a la lista de acciones descritas en los últimos párrafos que parecen sacadas del "manual de un rojo". Ante todo fue un padre y un abuelo de tamaño descomunal.
ResponderEliminarGracias, Pernas. En los ochenta años que le conocí siempre he conocido de él su faceta humanitaria, resolutiva, su integridad y honestidad. Comprometido con la justicia social, con la igualdad, con el medio ambiente... Siempre fue un referente para quienes estábamos cerca de él y muy molesto para el poder. También es justo reconocer que sus últimos años los dedicó con devoción a sus nietos que colmaron su vida. Le echo de menos y no dejaré de llorarle en el tiempo que viva. Su hermano Juan
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