Un proyecto para aprender historia en el colegio Sagrado Corazón de Quart de Poblet. (154 págs.). Ed. Vinatea. Valencia, 2021.
Es como si el maestro les hubiera dicho a los alumnos de 4º de ESO en la clase de Historia que para aprender historia deberán leer libros, pero que si quieren saber realmente Historia, su historia, hablen con sus abuelas y abuelos.
Y los alumnos hablaron. Su sorpresa fue enorme. Esa abuela que pasa las horas en un rincón callada las más de las veces había tenido una vida asombrosa, esos abuelos a los que iban a ver algunos domingos habían llegado sesenta años atrás de pueblos lejanos de Jaén, Cuenca, Córdoba, habían pasado hambre. Hambre -¿Sabrían estos chicos lo que es pasar hambre?- habían sido detenidos por la guardia civil, algunos habían visto matar a tiros a sus padres, huir al exilio, y huyendo del hambre y del terror se habían instalado como pudieron en este o aquel otro pueblo de Valencia buscando una vida mejor. Habían vivido en chabolas, se buscaban la vida como podían, y habían trabajado duro, muy duro años y años. Habían tenido hijos –quizás asombrosamente demasiados para magros salarios-, pero también habían conseguido aprender bien buenos oficios, o habían acabado abriendo un tienducho del que vivir detrás del mostrador demasiadas horas, o habían tenido que vivir del estraperlo ocultando sacos de arroz o habían hecho cosas más duras, más difíciles, más arriesgadas.
Y habían ido saliendo adelante con su mucho trabajo, con sus demasiados hijos –vuestros padres- habían mejorado poco a poco mucho su situación. Ahora tú vas a un colegio, vistes ropa decente, tienes hasta una play y un móvil y sólo tienes catorce años. A esa edad no estás trabajando, estás yendo al colegio y jugando y saliendo con los amigos y amigas. Ellos nunca pudieron y ahora tú lo sabes.
Y los alumnos de Luis Vivas el maestro inquieto, se han dado cuenta de pronto que ese piso en el que viven, esa ropa decente que gastan, esos móviles y esos juegos no han caído del cielo.
¿Se lo deben a sus padres? Sin duda, pero sobre todo a sus abuelos y a sus abuelas, cariñosos, socarrones, humildes, tantas veces silenciosos. Hasta que el nieto o la nieta les han preguntado. Ahora saben lo que les deben a ellos.
Y esas historias en las que nunca habían pensado, de las que nada sabían, ahora son su vida, su primer orgullo. Y en ellos además del hambre de los años 40, de las palizas de la guardia civil o de la policía, de la emigración, de todo eso que nunca habían sabido, hay algo único: la vida de sus abuelos es ahora la historia de los nietos. Ese es el gran descubrimiento.
Ahora comienzan a conocer la Historia, no la de aprobar simplemente una asignatura a final del curso, la de traspasar por vez primera la puerta del conocimiento. De quiénes son, en qué país viven, de qué deuda tienen con todos los que vinieron antes que ellos y construyeron su tierra, su país.
Luis Vivas, el maestro inquieto, les pidió que entrevistaran seriamente a sus abuelos y abuelas, que les grabaran, que les mostraran viejas fotos, que preguntaran, y luego reunió a los abuelos y abuelas en la clase unos días con sus nietos y nietas –sus alumnos-, y les puso frente a frente en grupo para que hablaran, preguntaran, escucharan.
Y luego ha reunido una treintena de esas entrevistas redactadas por los chicos y ha construido con ellas un libro, precioso libro, que ha llevado a una editorial.
Excelente edición, sin fines lucrativos, sus beneficios van a comedores sociales y centros de apoyo a gentes sin medios o sin techo.
Pedagogo, incitador a pensar, a crear, Luis Vivas nos ofrece un resultado esclarecedor. Un verdadero maestro no le dice nunca al niño qué tiene que saber, sino que le pone delante un espejo y se aparta prudentemente. El niño tendrá que pararse a pensar, aprenderá qué es lo que tiene que averiguar, qué tiene que preguntar, qué tiene que llegar a saber, y así abrirá su mente, abrirá las puertas de la vida, de su vida, de su Historia.
Es como si el maestro les hubiera dicho a los alumnos de 4º de ESO en la clase de Historia que para aprender historia deberán leer libros, pero que si quieren saber realmente Historia, su historia, hablen con sus abuelas y abuelos.
Y los alumnos hablaron. Su sorpresa fue enorme. Esa abuela que pasa las horas en un rincón callada las más de las veces había tenido una vida asombrosa, esos abuelos a los que iban a ver algunos domingos habían llegado sesenta años atrás de pueblos lejanos de Jaén, Cuenca, Córdoba, habían pasado hambre. Hambre -¿Sabrían estos chicos lo que es pasar hambre?- habían sido detenidos por la guardia civil, algunos habían visto matar a tiros a sus padres, huir al exilio, y huyendo del hambre y del terror se habían instalado como pudieron en este o aquel otro pueblo de Valencia buscando una vida mejor. Habían vivido en chabolas, se buscaban la vida como podían, y habían trabajado duro, muy duro años y años. Habían tenido hijos –quizás asombrosamente demasiados para magros salarios-, pero también habían conseguido aprender bien buenos oficios, o habían acabado abriendo un tienducho del que vivir detrás del mostrador demasiadas horas, o habían tenido que vivir del estraperlo ocultando sacos de arroz o habían hecho cosas más duras, más difíciles, más arriesgadas.
Y habían ido saliendo adelante con su mucho trabajo, con sus demasiados hijos –vuestros padres- habían mejorado poco a poco mucho su situación. Ahora tú vas a un colegio, vistes ropa decente, tienes hasta una play y un móvil y sólo tienes catorce años. A esa edad no estás trabajando, estás yendo al colegio y jugando y saliendo con los amigos y amigas. Ellos nunca pudieron y ahora tú lo sabes.
Y los alumnos de Luis Vivas el maestro inquieto, se han dado cuenta de pronto que ese piso en el que viven, esa ropa decente que gastan, esos móviles y esos juegos no han caído del cielo.
¿Se lo deben a sus padres? Sin duda, pero sobre todo a sus abuelos y a sus abuelas, cariñosos, socarrones, humildes, tantas veces silenciosos. Hasta que el nieto o la nieta les han preguntado. Ahora saben lo que les deben a ellos.
Y esas historias en las que nunca habían pensado, de las que nada sabían, ahora son su vida, su primer orgullo. Y en ellos además del hambre de los años 40, de las palizas de la guardia civil o de la policía, de la emigración, de todo eso que nunca habían sabido, hay algo único: la vida de sus abuelos es ahora la historia de los nietos. Ese es el gran descubrimiento.
Ahora comienzan a conocer la Historia, no la de aprobar simplemente una asignatura a final del curso, la de traspasar por vez primera la puerta del conocimiento. De quiénes son, en qué país viven, de qué deuda tienen con todos los que vinieron antes que ellos y construyeron su tierra, su país.
Luis Vivas, el maestro inquieto, les pidió que entrevistaran seriamente a sus abuelos y abuelas, que les grabaran, que les mostraran viejas fotos, que preguntaran, y luego reunió a los abuelos y abuelas en la clase unos días con sus nietos y nietas –sus alumnos-, y les puso frente a frente en grupo para que hablaran, preguntaran, escucharan.
Y luego ha reunido una treintena de esas entrevistas redactadas por los chicos y ha construido con ellas un libro, precioso libro, que ha llevado a una editorial.
Excelente edición, sin fines lucrativos, sus beneficios van a comedores sociales y centros de apoyo a gentes sin medios o sin techo.
Pedagogo, incitador a pensar, a crear, Luis Vivas nos ofrece un resultado esclarecedor. Un verdadero maestro no le dice nunca al niño qué tiene que saber, sino que le pone delante un espejo y se aparta prudentemente. El niño tendrá que pararse a pensar, aprenderá qué es lo que tiene que averiguar, qué tiene que preguntar, qué tiene que llegar a saber, y así abrirá su mente, abrirá las puertas de la vida, de su vida, de su Historia.
Juan Barceló
Miembro la Junta Directiva de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio (AGE)
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