viernes, 26 de junio de 2020

Reflexiones de Amparo Sánchez Monroy (delegada de AGE en Francia) sobre la Memoria Democrática y la situación politico-social actual

Hoy, en tiempos de pandemia mundial, hablar de Memoria Democrática resulta para una mayoría de ciudadanos totalmente fuera de actualidad, el tema les suena extraño, inadecuado, fuera de tiempo y de sus apremiantes preocupaciones. Y sin embargo precisamente hoy más que nunca los valores democráticos deberían imponerse en nuestras enfermas sociedades. Son imprescindibles para que este planeta nuestro no retorne a la barbarie.

Es un hecho comprobado que el tema de la Memoria Democrática republicana y de los valores humanistas sobre los cuales la Segunda República asentó su Constitución viene perdiendo fuerza. Hoy ese tema tiene menos visibilidad en el momento que vivimos y despierta menos atención e interés.

Para mi las celebraciones del 80 aniversario, tanto en Madrid, en el Senado, en donde hice una intervención en nombre de AGE, como en Toulouse, donde también intervine en nombre de AGE señalan un tiempo clave: habrá un antes y un después de 2019 y considero esa fecha como punto de arranque para una nueva reflexión sobre la necesidad -o no- de impulsar un cambio significativo en el tono y los actos a emprender si queremos detener, o al menos frenar, el declive anunciado.

En mi opinión, las celebraciones por venir ya no tendrán ni el lustre ni la resonancia del 80 aniversario en las instituciones y será más difícil acercar nuestro tema a una justa resolución, así como obtener el apoyo de una amplia mayoría en la opinión pública.

Si miramos con los ojos bien abiertos, hay muy poco espacio para los sueños humanistas: éxodos y exilios desgarradores, que superan en amplitud y miseria el que nos tocó sufrir en 1939. Una Europa que nos ha defraudado, en la que habíamos volcado nuestras esperanzas y nuestros deseos de paz y solidaridad con los pueblos del mundo, hoy, para mayor vergüenza de sus dirigentes e indignación nuestra, cierra los ojos y deja perpetuarse el inadmisible e inhumano escándalo del trato reservado a los emigrantes, una infinidad de dramas humanos a los que asistimos impotentes...pateras que vuelcan en aguas inhóspitas, el Mediterráneo convertido en la mayor fosa común de nuestro tiempo.

El mar Egeo y las islas griegas de Samos, Chios, Kos y Lesbos han pasado de paraísos a infierno, hoy son campos de concentración para los miles de refugiados llegados de Siria, Irak, Afganistán, Pakistán, Africa subsahariana, que pensando huir de la guerra, del hambre y la miseria de sus pueblos destruidos, han caído en manos de guardias corruptos de agencias y organizaciones cuya legalidad en materia de Derechos Humanos cabe no sólo cuestionar, sino denunciar, tales como Frontex, Europol, EASO, de las que depende la triste suerte de los que, jugándose la vida, lograron alcanzar las islas griegas.

En Lesbos está el campo de concentración de Moria, uno de los puntos más inhumanos y vergonzosos de Grecia o Italia. Para los que sabemos en carne propia lo que significa “guerra”, “exilio” y “campos de concentración” el drama de los refugiados actuales reaviva dolorosamente el trauma que desde entonces llevamos dentro, genera nueva indignación y rabia. No denunciar la monstruosidad que se está cometiendo con los refugiados en el siglo XXI en países que se dicen democráticos, es hacerse cómplice.

Hace unos días tuve un altercado en la consulta del médico con un paciente que arremetía contra los extranjeros, “esos refugiados que nos invaden, que nos quitan el trabajo y que tanta ayuda reciben de nuestro Gobierno”… etc. etc. Le paré los pies, claro, ¡a mis 82 años aún me queda energía para ello! Pero hay que tomarlo muy en serio, en el clima de xenofobia creciente hacer del refugiado el chivo expiatorio de nuestros males no es novedad, pero en la situación de crisis actual no deja de ser sumamente preocupante… como lo son los populismos de toda clase y el avance de la extrema derecha, no solo en Europa, sino en el mundo entero, un mundo violento, de tensiones extremas, de guerras sucias (Siria, Libia, con intervención de rusos y turcos) que aniquilan pueblos, guerras comerciales salvajes (USA-China) y de permanentes amenazas (USA-Irán).

El planeta entero revuelto como jamás y en el que vemos al mando de un país, que algunos persisten en llamarle “la mayor democracia del mundo” a un personaje tan imprevisible (por no decir loco) como Donald Trump, sin olvidar a otros gobernantes no menos inquietantes: Bolsonaro, Viktor Orban... y bastantes otros por desgracia, con una mención especial para el “iluminado” ministro israelí de la Salud, Yaakov Litzman, predicando que el Mesías nos salvará de las pandemias…

Igualmente inquietantes son las catástrofes climáticas y el desgaste de la biodiversidad, la desaparición de especies, la deforestación, la polución de los mares y del aire, consecuencia de un neoliberalismo mal entendido. Nacido en los años 30 con el objetivo de tener una economía “despolitizada” en un Estado fuerte, el neoliberalismo, cada vez más autoritario, se ha impuesto como único modelo económico en nuestras “avanzadas” sociedades hasta el ultraliberalismo actual y su nocivo corolario: la globalización salvaje que no solo ha dejado a los pueblos desamparados y cada vez más dependientes, peones manejables según el interés financiero de las multinacionales que dominan el mundo, que ha destruido el aparato industrial de Europa.

Pero más grave si cabe, es el preocupante desgaste general de los cerebros, el adormecimiento intelectual, la ausencia de proyectos de sociedad por falta de verdadero debate democrático. Una ausencia que deja vía abierta a los populismos y nacionalismos de corte fascistoide apenas disimulado, que van creciendo como hongos…

¿Cómo entender que los partidos de izquierda, que son nuestra familia biológica, hayan abandonado y tal vez olvidado la esencia de sus propios genes?

Declarados socialdemócratas convertidos a la sociedad de consumo se mueven encerrados en el espacio del estado nacional de su país, incapaces de resolver las contradicciones internas que los debilitan, o de animar el necesario debate de ideas que les ayudaría a renovar el pensamiento crítico y tal vez a valorar de nuevo los valores democráticos de origen que fundaron sus antepasados y con ello honrar una identidad que han dejado diluirse en las aguas inciertas y turbias del “social-liberalismo” que domina en Europa occidental desde los años 80. ¡Aún están a tiempo!

La desconfianza en los partidos políticos es hoy un sentimiento particularmente agudo y generalizado en nuestras sociedades. De la misma manera alcanza a los gobernantes y hasta a las instituciones. El descontento y la violencia estallan por doquier.

¡Cómo no!... frente a las desigualdades y los abusos generados por una doctrina económico-social dominante que aplasta a las clases obreras, a las clases medias y a los pobres del mundo…

¡Cómo no!… cuando en el seno mismo de la Unión Europea gobiernos “democráticos” criminalizan la ayuda a los refugiados, la acción de las ONGs, cuando un ciudadano sufre condena por haber dado un trozo de pan, un poco de leche o un abrigo para aliviar el sufrimiento de un ser humano…

¡Cómo no!... cuando la palabra “democracia” palidece, pierde consistencia y sentido. Cuando ignominiosos campos de concentración se extienden por toda la geografía, cuando los derechos humanos son constantemente pisoteados, cuando los derechos sociales más elementales son maltratados, cuando...cuando...el agravio de las tensiones toma un cariz amenazante…

Y es en este atormentado panorama cuando nos cae encima el coronavirus… Más de 4,6 millones de habitantes de nuestro planeta sometidos a la política confusa y contradictoria de sus gobiernos. Entre múltiples interrogantes e incógnitas hay una sola certeza: la privación, en forma autoritaria, de la libertad de ir y venir y nuestro total sometimiento al poder. 4,6 millones de seres humanos aterrorizados por el COVID-19, que les ha vuelto dóciles, disciplinados, dispuestos a aceptar sin más todas las limitaciones impuestas, aunque algunas de ellas resulten incomprensibles o absurdas.

Confinados, desconfinados, infantilizados con la amenaza copiosamente difundida por todos los medios de comunicación de que el virus está ahí y que seguro va a golpear de nuevo. La pandemia acalla protestas, silencia cuestionamientos y facilita la pasividad de toda una población ante el estado de excepción global adoptado por el poder. Así, el estado de ”urgencia sanitaria” decretado permite -sin mucha protesta- abatir todo tipo de barrera política e institucional existente.

Con todo lo expuesto hasta aquí y volviendo a la cuestión inicial sobre los “valores democráticos”, ¿he querido en algún momento decir que hoy, considerando el estado del mundo, la lucha de AGE por el rescate de dichos valores no tendría aceptación ni resonancia o resultaría estéril y vana? ¡No! ¡Y mil veces no! Solo que en el contexto actual de crisis sanitaria, política, social y cultural, todo resulta más complicado, más difícil. Estamos ante una nueva y peligrosa dimensión de las problemáticas abiertas, o mejor dicho, ensanchadas por la pandemia. Problemáticas cuya resolución, en un sentido u otro, va a depender de las fuerzas sociales, en función de la comprensión, de la fuerza y de la combatividad de cada uno.

¿Y cómo dar a entender claramente lo que está pasando a una población en cuyas mentes angustiadas, acobardadas, el coronavirus parece haber hecho más desgaste que en los cuerpos? No creo que de inmediato en tal situación (y aún teniendo toda la razón) AGE tenga el camino ancho y abierto. Los tiempos son de gran inquietud existencial, de angustia real...el otoño se anuncia ya lleno de amenazas, será caliente y habrá revueltas cuya fermentación se nota ya.

En Francia cuesta creer en ese “día de después” que nos promete Macron alimentando ilusiones. Los efectos de una crisis sin precedentes, los despidos anunciados, las quiebras, el desequilibrio económico en una sociedad en la que los pobres son los más afectados a todos los niveles...todo hace pensar que si nos descuidamos, el “día de después” podría ser no como el de ayer, ¡sino como el de antes de ayer! Ese es el pensamiento de muchos aquí. Las brasas aún calientes que han dejado los chalecos amarillos y las de las huelgas masivas en contra del plan de jubilaciones preparado por Macron que han impactado el clima político hasta la aparición del coronavirus, esas brasas son de las que no se apagan tan fácilmente.

Nadie va a salir ileso del tremendo choque provocado por la pandemia, ni las personas, ni los Estados. Nuestras democracias peligran y Europa desunida frente a los acontecimientos también. Eso piensa seguramente el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, cuando dice que para salir de la crisis “son cruciales una acción y una solidaridad mundiales”. ¿Se cumplirá su llamamiento? Difícil pronóstico…

Pero para terminar con una nota optimista, a pesar de todo, quiero citar las palabras del escritor y ensayista Emmanuel Todd de enero pasado:

“El mundo avanza hacia un nuevo período histórico. Estamos viviendo un retorno a la lucha de clases”. Cita a los chalecos amarillos como evidente fenómeno de la lucha de clases a la que alude y observa una sociedad en la que todos los grupos sociales, exceptuando el 1% son arrastrados por una pendiente descendente. Nota cómo aumenta la violencia de Estado (manifestantes que han quedado tuertos, otros con la mano arrancada por las granadas de la policía…) Luego concluye, con referencias a Marx, “estamos en el principio de un nuevo ciclo”.

Con ello os dejo meditar y debatir y que ello nos conduzca a fortalecer conciencias para actuar con firmeza. Sin voluntad colectiva para federar las luchas democráticas, graves peligros amenazan. ¿Cómo romper los frenos y obstáculos que impone una sociedad deshumanizada? Instaurar un nuevo modelo económico-social en donde sean respetados los Derechos Humanos, bien tratada la Naturaleza, de crecimiento menos agresivo y de intercambios comerciales equitativos, es hoy una imperiosa urgencia, tal vez la única manera de poder retomar el hilo de nuestras vidas (aunque ya no serán iguales) evitando el caos general que se está perfilando.

Nuevos filósofos y sociólogos proponen, para responder a las problemáticas actuales, democracia y más democracia en todos los niveles de la sociedad, desde el local al nacional y de éste al global. Utilizan la palabra “cosmopolitismo” en donde ayer decíamos “universalismo” pero la idea es la misma: desarrollar lazos de reciprocidad entre los pueblos, transnacionalizando las prácticas democráticas y los valores humanistas.


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