miércoles, 12 de septiembre de 2018

Ha fallecido el periodista Germán Sánchez, un hombre imprescindible



Germán Sánchez: el hombre que no quiso figurar. Un hombre imprescindible que no quiso nunca ser importante.


Nos ha dejado Germán Sánchez, gallego, de 67 años de edad, un caso excepcional de hombre universal. No era ni de la vieja escuela, ni de la modernidad, era a la vez clásico y sin embargo era de hoy, de todos nosotros, pero también del ayer.

Periodista que no daba nunca importancia a su tremenda labor, investigador a quién nunca le importó firmar una exclusiva, que rehuyó destacar, pero que no pudo evitar el reconocimiento de los demás. Sus más importantes trabajos los cedió con una generosidad sorprendente a otros, fue premio Ondas y nunca le dio especial importancia. Era un hombre cuya principal virtud fue siempre la ser un hombre bueno, con un desconcertante buen humor y una inteligente ironía. Nunca salió de su boca maledicencia alguna contra nadie, sabia conversar hasta sorprender a sus interlocutores con el paso de las horas, sabía acabar una tertulia sin dejar pena por el final pero dejando un enorme deseo de seguir charlando con él horas y más horas todavía.

Trabajaba hablando, preguntando, tomando notas, grabando, leyendo, como si eso que a él le resultaba natural pudiera parecer intrascendente, pero sabía preguntar las claves reales y profundas de las cosas que estudiaba sin darles especial importancia. Nunca pedía nada a nadie, nunca importunaba para tener el dato preciso que su interlocutor conocía, pero misteriosamente todos sus interlocutores acababan contándole aquello que él buscaba con la mayor confianza y seguros del buen fin que él daría a esa importante información. Era un mago a la hora de dar confianza y de saber ser cómplice del entrevistado. Sus comentarios cáusticos con frecuencia no resultaban malintencionados sino de un humor contagioso y amable, sorprendentemente era así siempre con él.

Hizo grandes cosas y nunca les dio más importancia que la que le proporcionaba el haber resuelto un enigma histórico, o haber contribuido a difundir la verdad de sucesos extraordinarios. Era uno de los mayores conocedores en España de la historia de los servicios secretos soviéticos en el siglo XX, uno de los mejores conocedores de los aspectos más recónditos de la historia del Partido Comunista de España, una de las personas que mejor conocía algunas claves de la intrahistoria de la República, la guerra civil, la resistencia y la transición, pero nunca hizo gala de su inmenso saber.

Tenía la enorme habilidad de usar ese enorme bagaje de conocimientos para trabajar, no para lucir nunca pavoneos estériles. Puso en orden la verdadera historia del asesinato de León Trotski y le cedió el protagonismo a otro, supo todos los detalles del asesinato de Andreu Nin y no lo publicó por dejar el protagonismo a quien él apreciaba y quería dejar el primer lugar, hizo la única entrevista en veinte años al mítico general Giap en Hanoi en los años 90 poco antes de su fallecimiento que le recibió cariñosamente en memoria de la heroica lucha del pueblo español contra el fascismo, y publicó un sencillo artículo en el medio para el que entonces colaboraba en España en vez de vendérsela a Le Monde o a otro gran medio internacional, conoció y trató largamente a algunos de los más importantes dirigentes revolucionarios del siglo XX y utilizó tales informaciones para simplemente seguir trabajando en desvelar verdades históricas justas, ecuánimes, inteligentes.

Y así publicó en reportajes radiofónicos de excepcional categoría la historia de cientos de personajes, hechos, historias de nuestro siglo XX, sobre todo español, sólo por trabajar y decir la verdad histórica. Nunca combatió con agresividad, sabiendo tantas cosas oscuras de tanta gente como él sabía jamás salió de su boca un chisme, una referencia maliciosa, su trabajo era ante todo serio, medido, ajustado a esa verdad histórica que permanecía oculta por la barbarie de las dictaduras, se limitó a poner en antena una y otra vez la voz de grandes personajes que el franquismo había procurado metódicamente asesinar moral y hasta físicamente. Su voz volvía a su tierra, a sus paisanos, gracias a su enorme generosidad y a su incansable trabajo de buscador, de cazador de testimonio y claves.

Pero por encima de toda su labor como periodista de una verdad histórica segura, cierta, precisa y además sin acritud alguna, queda la memoria de su extraordinario sentido del humor, su risa sincera, abierta, su espontánea carcajada tratando los temas más triviales o más serios, deba igual, su sentido de la vida se imponía a la trascendencia de los hechos de los que pudiera tratar la conversación, era él la vida misma, la curiosidad, la inteligencia, la viveza del oteador que sólo dispara cuando la pieza puede ser abatida con certeza, y su pieza era sola y exclusivamente la verdad histórica, y siempre acertó en su seguro disparo. Y lo mejor es que ese enorme trabajo nunca pasó por encima de su pasión por la amistad, por la conversación, por la vida real y cotidiana. Era ante todo el amigo de sus amigos, el contertulio de sus colegas, el vital animador de todos quienes le conocimos y pudimos disfrutar de su amistad.

Y sin embargo nunca dejó su militancia ideológica, su respeto y afecto por quienes compartieron con él y con todos nosotros la dureza de la represión, la violencia de la Dictadura. En los peores momentos fue el joven forjado en la clandestinidad por aquel dirigente comunista de amplios horizontes que fue Santiago Álvarez, y hasta su muerte le mostró el mismo cariño y respeto, y aunque él ya no fuera aquel antiguo militante clandestino siempre le recibió con un abrazo profundo y entusiasta, y sin embargo eso no le impidió seguir su camino libre y abierto cerca siempre del viejo P.C., pero a su aire, con sus ideas, su criterio, su singular y humanística visión del mundo.

Nos falta hoy porque ya no quedaban casi gentes como él, primero humanista, luego consecuente, además sin precio para venderse por nada en el mundo, y por último alegre, vivo, brillante. No piense el lector que exagero si digo que con él falta uno de los últimos herederos de la memoria humanista de la izquierda europea. Ante todo un hombre bueno, sencillo, respetuoso con las buenas costumbres, como demuestra el curioso hecho de que luciera siempre una cabellera destartalada, despeinada, crecida, rebelde, pero cuando viajaba a su Galicia natal a ver a su madre aparecía pasmosamente pulcramente trasquilado tras un enérgico paso por la peluquería.

Fue, en suma, uno de los últimos testigos de nuestra historia reciente, de nuestra izquierda viva, que siempre primó la verdad a cualquier interés partidario o a cualquier conveniencia. Supo armonizar la verdad histórica con un enorme respeto a todos. Como digo, jamás le oímos hablar mal de nadie pero supo mucho de muchos de los que otros habrían hecho leña para un fuego cainita. Ese fue su proceder, siempre generoso, noble y sencillo.
La prueba de que siempre fue un hombre bueno es que –cosa excepcional en este mundo- nunca dejaba de decir lo que quería decir y sin embargo no tenía enemigos personales. Un hombre imprescindible que no quiso nunca ser importante.

Ayudó a muchos a darles la vida que la dureza del siglo XX les había intentado arrebatar, así hizo con las hermanas Adelina y Paulina Abramson, con Juan Cobo y Ludmila Sinienskaia, con los viejos amigos de la tertulia de El Museo Universal en Madrid, Maola, con quien firma estas líneas, con Santiago Álvarez, con tantos otros, y sobre todo con su compañera Alina, con Luis, en un cuarto de siglo de animosa convivencia.


Juan Barceló
Vocal de la Junta Directiva de AGE




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